Reflexionemos en el Salmo 121
Sin duda hoy estamos atravesando una incertidumbre planetaria. Esto se debe a los trastornos tanto sanitarios como económicos por causa del Covid-19. En estas circunstancias de adversidad es que afloran nuestras confianzas o temores profundos. Cuando todo va bien, cuando pareciera que tenemos todo bajo control tendemos a olvidarnos de esas confianzas y pensamos como el mercader en la epístola de Santiago, mañana haré esto o aquello, iré a tal ciudad, negociaré un año y tendré ganancias (Stg 4:13). Luego de señalar eso como arrogancia, Santiago nos empuja a preguntarnos, ¿en quién o qué tengo puesta mi confianza? En esa misma dirección, el salmo 121 nos da razones contundentes que nos ayudan a responder esa pregunta.
Este salmo forma parte de la colección de cantos del libro V del salterio. Es uno de esos cantos que fueron pensados para que los peregrinos que subían al templo para las fiestas o volvían a sus casas después de ellas tuvieran la ocasión de recordar al Señor y sus bondades. Estos se conocen como salmos de ascenso gradual (salmos 120-134). Es un diálogo entre dos personas. La primera reflexiona en voz alta sobre su confianza en Dios (vv. 1-2) y luego anima a otra a que también ponga su confianza en el Señor (vv. 3-6).
Me imagino a las personas cantando alegres luego de haber participado en alguna de las fiestas anuales.
Con ánimo comienzan el descenso hacia sus hogares en las aldeas. En ese ánimo, dice el salmista: “Levantaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor que hizo los cielos y la tierra” (121:1-2). La ciudad de Jerusalén está rodeada de colinas. En el salmo 125:2, se nos recuerda que la imponencia de esos montes evoca el poder de Dios. Dios rodea a su pueblo como esos montes rodean a Jerusalén. De la misma manera, en el salmo 123:1, el salmista alza sus ojos a Dios el rey. De esta manera, la pregunta con la que empieza el salmo 121 es respondida en el v. 2. Dios es en quien el salmista tiene su confianza.Del Dios creador es que viene el socorro. Esas colinas que pueden verse al ir bajando desde Jerusalén son un recuerdo inamovible de que Dios está presente, atento a su pueblo y deseoso de socorrerlo. Él es el Dios creador, el mismo que con su voz creo de la nada todo lo que existe. Él también nos creó a los seres humanos, por eso es quien está cercano para socorrernos.
El salmista ahora gira su reflexión a animar a su compañero o compañera de travesía a que también ponga o afirme su confianza en el Señor. Le recuerda que Dios “no permitirá que tu pie resbale; no se adormecerá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel” (121:3-4). Así que ya sea que vaya viajando de día o de noche, Dios sigue atento a su pueblo. El calor del día podría adormecer a un vigilante, o el cansancio en la noche. Sin embargo, eso jamás ocurre con nuestro Dios. A él no le afectan los husos horarios. No importa en qué parte del planeta estemos, él siempre está atento a nuestras situaciones, y está listo a extender sus manos de socorro.
No solo está atento a nuestro camino, además Dios nos cuida en nuestro peregrinar. Continúa el salmista diciéndole a su compañero o compañera de ruta, “El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te herirá de día, ni la luna de noche” (121:5-6). Dios nos cuida. Me puedo imaginar a las personas bajando al atardecer, rumbo hacia el norte con el sol comenzando a declinar hacia el Mar Mediterráneo. La sombra de sus cuerpos se proyecta hacia la derecha. Los sigue a donde vayan. Así también es Dios, dondequiera que estemos ahí está él con nosotros. Nos guarda del sol abrazador del día, que seca la hierba y provoca que la flor se caiga en cuestión de horas. Ni las amenazas que trae la oscuridad apenas alumbrada por la luna hacen mella en su cuidado. De la misma manera, en el día a día, en cada circunstancia el Señor está atento a nuestras vidas.
Por eso concluye el salmista en su diálogo con su compañero o compañera de ruta, diciendo: “El Señor te protegerá de todo mal; Él guardará tu alma. El Señor guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre” (121:7-8). Sin duda, esta es una invitación a confiar en el Señor. Ya le dio las evidencias de lo que Dios hace en su propia vida. Ahora lo anima a que confíe, pues el Señor lo protege de todo mal. Su vida completa está al cuidado del Señor. Esa es la idea de “alma” aquí. No es solo lo inmaterial del ser humano que está al cuidado de Dios, sino toda su persona. Es en toda circunstancia, ya sea entrando o saliendo de su hogar, ahí está el Señor para cuidarlo. ¿confiará en el Señor? ¿esperará su socorro en el Señor?
El salmista ha sido contundente.
Sus melodías animan al grupo de viajeros a unirse en su canto. Cada uno puede decir que Dios es su fuente de confianza. En Dios descansan y buscan su socorro. Una a la otra, por medio de este salmo, cada persona anima a las demás a confiar en el Señor en toda circunstancia.
De la misma manera, hoy nosotros echamos mano a la confianza que hemos construido a lo largo de los años. Hemos podido ver a Dios cuidando nuestra entrada y nuestra salida. Hemos podido palpar de día y de noche la mano de Dios cuidándonos. A partir de esos recuerdos es que nos animamos en medio de las circunstancias difíciles que estamos viviendo a volver nuestros ojos a los montes, con la total confianza de que nuestro socorro viene del Señor. Las circunstancias pueden ser muy difíciles. Quizás la enfermedad nos ha cercado, nos ha hecho sucumbir. Quizás algún pariente o alguna persona amiga ha sido contagiada con coronavirus. Incluso, es posible que conozcamos a alguien que partió con el Señor producto de esta pandemia. Quizás, su trabajo se ha visto disminuido, y sus ingresos se han diluido. Quizás sus vecinos comienzan a dar manifestaciones de desolación, de necesidad económica. Quizás en su confinamiento en casa, las cosas no han estado bien. La angustia le ha hecho perder el sueño. Es precisamente en estos momentos, cuando debemos recordar estas palabras del salmista. Nuestra
esperanza debe estar en Dios. Él es nuestro socorro en todo tiempo.
Con todo y eso, no vivimos aislados. Somos una comunidad de personas que confiamos en Dios como nuestro socorro. Él nos usa a nosotros mismos para ser esa sombra a la mano derecha. Él nos guía a ser la persona que extiende su mano al compañero o compañera de viaje que está por tropezar. Dios quiere que como comunidad de creyentes seamos sus brazos de ayuda, seamos el socorro. La fortaleza que él nos da, el cuidado que él nos brinda lo podemos hacer extensible a quienes nos rodean. De esa manera, el socorro nuestro se convierte en socorro de muchos.
PhD. Nelson Morales – Experto en Nuevo Testamento y Exegesis
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Salmo 121 NTV
Levanto la vista hacia las montañas;
¿viene de allí mi ayuda?
¡Mi ayuda viene del Señor,
quien hizo el cielo y la tierra!
Él no permitirá que tropieces;
el que te cuida no se dormirá.
En efecto, el que cuida a Israel
nunca duerme ni se adormece.
¡El Señor mismo te cuida!
El Señor está a tu lado como tu sombra protectora.
El sol no te hará daño durante el día,
ni la luna durante la noche.
El Señor te libra de todo mal
y cuida tu vida.
El Señor te protege al entrar y al salir,
ahora y para siempre.