Todas las culturas tienen historias que las definen. Dichas historias definen cómo se ve la gente a sí misma y por lo tanto cómo se relacionan entre ellas. El hecho de pasar cuatro meses en México cada año me ayuda a entender bien esto. La cultura mexicana está basada en relaciones. Cada persona necesita ser tratada con respeto y el honor personal juega un importante papel en cómo funciona la sociedad. Algo de esto proviene de su historia, de cuando los españoles gobernaron el país. Canadá, por otra parte, se basa menos en las relaciones y más en el legalismo. Creo que esto proviene de la manera en que nuestro país fue formado bajo el dominio británico. Ambos países tienen aspectos positivos y negativos. Deseo analizar dos tipos diferentes de historias que definen a un pueblo llamadas Pacto y Contrato. La historia del Pacto sale de las páginas de la Biblia, en tanto que la historia del Contrato proviene de cómo funciona el aspecto económico. Estas dos historias se fundamentan en escritos anteriores del blog.
El pacto no se trata de reglas, aún cuando existen algunos “haz esto” o “no hagas lo otro” en él. En el centro del pacto hay una relación fundamentada en promesa, lealtad, amor fiel y compromiso. El pacto fue la forma en que las relaciones funcionaban en el mundo antiguo. Los reyes hacían pactos entre ellos y cuando uno moría, esos pactos podían ser renovados. Los pactos eran realizados entre pares, personas del mismo nivel, como un acuerdo para trabajar juntos, o entre un señor mucho más poderoso y alguien bajo su poder. El pacto controlaba cómo cada parte se podía relacionar con la otra. La parte más fuerte se acercaba a la más débil y ésta prometía lealtad a la primera. Hablando en términos actuales, quizá podríamos entender mejor el pacto si pensamos en un tratado o un buen matrimonio. En un matrimonio no todas las cosas salen a la perfección todo el tiempo, pero lo que hace que un matrimonio funcione es recordar los votos expresados por los esposos. Muchas veces se usan las siguientes palabras: “En las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarnos y querernos hasta que la muerte nos separe.” Pero ¿qué pasa si uno de los esposos cambia su mente o es infiel a los votos expresados? Si fuimos sinceros cuando hicimos los votos, entonces tenemos que trabajar en restituir esa relación si es posible. Sin embargo, humanos como somos, ello no siempre es posible.
En la Biblia leemos acerca de Dios haciendo un pacto con todo el mundo en Génesis 9:9-13. La promesa fue que las aguas de un diluvio nunca volverían a destruir la vida. No parece haber sido trazada una línea en la arena que implique: “Cruza esto y me retracto de mi promesa.” Luego leemos acerca de Dios haciendo un pacto con Abraham en Génesis 17. En dicho pacto, Jehová prometió levantar una gran nación de los descendientes de Abraham, a través de quien el mundo sería bendecido como había sido prometido en Génesis 12. Muchos años después, cuando Israel fue esclavizado en Egipto, Jehová recordó su pacto con Abraham y los rescató.
Cuando Israel estaba en el desierto y rompieron el pacto que apenas habían hecho con Jehová, Moisés pudo hablar con Dios y decir: “Tú hiciste este pacto y tienes que mantenerlo. No importa si la gente lo rompió; si tú lo rompes también, tú perderás tu honor.” (Éxodo 32). Cuando Dios hace un pacto, él mantiene su parte debido a su carácter. Pacto no significa que las dos partes se mantengan firmes, sino que ambas partes deberían trabajar para encontrar una solución. Ya que Dios tiene una relación de pacto con su gente, Dios y Moisés pudieron discutir las cosas para encontrar una solución. Esto funciona porque está basado en una relación.
Varias cosas pueden suceder para lograr que las relaciones rotas funcionen. Puede existir perdón. Dios puede perdonar porque Él es conocido por la fidelidad de su amor (hessed). En hebreo hessed significa más que nuestras palabras de amor o fidelidad. Conlleva la idea de que Dios hará lo que es mejor para nosotros aún si le cuesta a Él. No existe demanda por parte de Dios de que habrá un pago para que la relación rota pueda ser restaurada. El perdón es otorgado en forma gratuita. En un matrimonio, solicitar un pago para perdonar al cónyuge, en realidad no es perdón. Hacer eso, sería como llevar un marcador de todas las cosas malas que pasan. Si el perdón no es otorgado en forma gratuita, se convierte en un pago. De ser necesario podría ayudar a la restauración, pero el perdón no lo puede demandar. El pacto reconoce que los humanos pueden fallar y que hay más en la vida de lo que nunca podríamos entender. La idea del pacto es hacer lo necesario para que la relación crezca y madure, incluso si cambian las circunstancias.
Pactos y relaciones necesitan lineamientos y límites. En el centro del pacto que Jehová hizo con Israel están las diez palabras que hallamos en Éxodo 20 y Deuteronomio 6, que por cierto no son llamadas Mandamientos en la Biblia Hebrea. ¿Cómo podemos mandar a alguien a amar a Dios o a su vecino? ¿Cómo podemos legalizar al amor? El resto de las “leyes” que encontramos en la Biblia tienen que ver en cómo mantenemos relaciones con los demás, nuestro planeta o Dios, pero nunca se dieron para que cumpliéndolas pudiéramos establecer una relación. Al cambiar las situaciones, también lo hacen los lineamientos por los cuales viven las partes de un pacto.
Por la otra parte, Contrato surge desde un punto de vista diferente. Es cómo nuestra sociedad funciona. El contrato es un acuerdo obligatorio entre dos partes que ambas deben seguir al pie de la letra. El contrato dice que cada parte debe cumplir con ciertas obligaciones y de no cumplirlas, el contrato es roto y finalizado. En un acuerdo de negocios, cuando un contrato es roto, puede terminar la relación entre las partes o algún pago debe ser hecho. Un contrato tiene más complicaciones tratando con el cambio que un pacto. Los contratos no son fundamentados en relaciones, más bien los contratos son establecidos para el beneficio de cada parte firmante. Un ejemplo sería cuando alguien desea construir una casa y establece un contrato para que alguien realice el trabajo. La parte que construye la casa desea además tener algo de ganancia. Si todo sale bien, ambas partes obtienen lo que desean, pero si algo sale mal, podrían necesitar a las autoridades para que resuelva los conflictos al convertirse en un asunto legal.
Muchas veces llevamos nuestro cristianismo al terreno legal de un contrato. En ocasiones nos convertimos en vendedores que venden a Jesús diciendo cosas como: “Si tú dices la oración del pecador, entonces irás al cielo.” O podemos decir: “Si entregamos nuestro diezmo, entonces Dios nos bendecirá con todas las cosas buenas de la vida,” pero eso podría no pasar como lo esperamos. Lo que hacemos muchas veces es tratar de vender el Evangelio diciendo en efecto que alguien debería convertirse en cristiano por lo que puede ganar.
Pensamos que Dios trabaja en reglas. El punto es que nos gusta la certidumbre y el orden; no nos gusta el misterio o las posibilidades de falla. Nos gustan “nuestras reglas” y tendemos a hacer menos a la gente que es diferente. Sí, Dios tiene “reglas,” pero esas reglas fluyen de su pacto de amor por nosotros. Todas las relaciones tienen lineamientos. La vida es complicada y un pacto dice que estaremos ahí por la otra persona en las dificultades.
El contrato trabaja por el beneficio de la gente para conseguir el mejor trato. El contrato se preocupa por el individuo y por lo que pueda obtener de él. El pacto trabaja para el bien de la otra persona a costa de la propia en vez de demandar indemnización.
Escoja la vida. Elija entrar en un pacto con el gran hacedor de pactos, Jehová. Jehová es el nombre con el cual Dios se reveló a sí mismo a Moisés. Es el nombre que dice: “Seré el que seré;” es el nombre que habla de lealtad sin falla a su pacto con nosotros y este mundo. Ahora, eso es algo en lo que puede basar su vida.
Escrito por Jack Vogt
traducido por: Dr. Sergio Alonso Méndez